Hoy , a diferencia de lo que mi ser normalmente hace, dejaré que toda mi ira, mi cabreo, mi impotencia, se viertan en estas líneas. Simplemente porque no hay otra manera de analizar el esperpéntico robo sufrido ayer en tierras valencianas.
La superioridad del equipo Sevillista era manifiestamente insultante, haciendo y deshaciendo a su antojo. No había más color que el rojo sobre el verde. Hasta que el lamentable, nefasto, delincuente de negro decidió que el encuentro había acabado para el único que honró a este divino deporte. Un ladrón con antecedentes, dos expulsiones por partido pitado contra nuestro equipo, que en escasos siete minutos sacó su triste guadaña para amputarnos ,de la forma más sádica posible, las posibilidades de que aconteciese lo que el fútbol esta dictando. Un festival de tarjetas , siempre en nuestra contra, lamentablemente con precedentes pero , como siempre, sin explicación plausible alguna, a la par que los codazos , merecedores de expulsión, del equipo contrario se quedaban injustamente sin sanción alguna. El expulsado fue Adriano, en una entrada que, si me apuran, merecía amarilla en cualquier caso. Uno menos, con un equipo que , a falta preocupante de fútbol, decidió ir a una guerra vil y asquerosa. Pero no acabó ahí. En el tiempo de descuento el sinvergüenza de negro, el ladrón ,con alevosía y premeditación, y con unas repulsivas ganas, marca el punto de penalti ante la sorpresa de todos los sevillistas. Escudé, que fue al que le sancionó la pena, ni tan solo roza a Mata. Pero ; ¿A caso importa? Lo único que le importaba en ese momento al lamentable delincuente era acabar de asestar el golpe, hundir profundamente su sucia daga de la injusticia hasta nuestros órganos vitales.
Empate y toda una segunda parte con uno menos para afrontar a un equipo salvajemente enrabietado con el total conocimiento de que sus acciones saldrían siempre impunes.
Pero ni así podían con nosotros que manejábamos, no sin sobresaltos, el partido. Hasta que pasó lo que nunca, nunca, puede pasar; la auto-mutilación. Fernando Navarro , de forma incomprensible, remata, porque remata, un balón ,sin peligro alguno colgado al área , con la mano cual Rafa Pascual en sus mejores días. Una losa absurda e insuperable. En ese momento , el malvado hombrecillo de negro debió darse cuenta que faltaba a su cita con los partidos ante el Sevilla pues; se acababa el partido y solo había expulsado a uno. Expulsó a Jiménez y listo.
Esta es la triste historia de un partido que habíamos encarrilado con golazo de Escudé, resultado normal del pasar por encima del contrario , y que jamás se hubiera escapado si este lamentable ser que campa a sus anchas ,protegido por el uniforme de negro, por los campos de nuestra liga no hubiera decidido quién debía ganar el partido.
El asco, el profundo asco que siento no es expresable de forma civilizada alguna. La impotencia de que delincuentes como este queden impunes, no que queden impunes, que hagan y pueda hacer lo que le de la real gana sin que pase nada. Porque aquí no pasa nada, nunca pasa nada, es el Sevilla, mientras más le den mejor.
Confió en nuestro presidente , confío plenamente en su criterio y en su la actitud que cree correcta tomar. Pero antes cosas como las de ayer, me resulta imposible comprender que se calle, que no se de una voz más alta que otra, porque ayer se rieron de nuestra entidad, porque se nos pisó cruelmente, porque se escupe sobre el escudo, sobre las ilusiones, sobre el trabajo y , por ende, sobre el fútbol. Claro que , seguramente por ello, él es el presidente y yo, un mero aficionado con un cabreo monumental y una impotencia futbolística sin precedente alguno reciente.
Dejémoslo aquí para no hacer más grande la bola, ahora nos presentamos en el Camp Nou , y yo digo, que el miércoles ganamos...
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